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Commemoración Malvinas

Centro de estudiantes

El viernes pasado, 18 de marzo, se sentaron en nuestro escenario Hector Sánchez y Geoffrey Cardozo. Teresita coordinó el evento y los presentó, comenzando por el protagonista que era Geoffrey. Él llegó a la Argentina, desde Inglaterra, habiendo finalizado la guerra; con 32 años se le había encomendado encargarse de los soldados que habían quedado en nuestro país, o en muchos casos de sus cuerpos. El trabajo que él hizo fue mucho mayor. No se preocupó solamente por los soldados que compartían su nacionalidad. Se preocupó, también, por los chicos de 17 o 18 que no tenían identificación alguna y que, luego nos contaría, sólo compartían con él el simple hecho de que tenían una madre, una madre que los esperaba, y eso fue suficiente. Comenzó hablando Hector, quien contó qué significaba para él ser militar. Hablo sobre como no se trataba de defender a un gobierno sino de defender a la patria. Él no fue a Malvinas como un colimba obligado si no que fue siendo un aviador de las fuerzas militares. Eligió entrar a la carrera militar, no porque disfrutara la violencia, no quería ir constantemente a la guerra, sino que quería defender a la patria. Recordó en su discurso su juramento a la bandera, un momento que le fue muy significativo para su futuro ya que sintió que realmente fue leal a esa promesa. También hizo mención a los hechos ocurridos en Ucrania al decir que no le desea a nadie jamás tener que vivir una guerra. En las puestas en común en las que participé luego del acto algo que resonó como impactante fue su relato detallado de la guerra desde los aviones, los mismos volaban a un metro del suelo porque era la única manera de llegar sin ser atacados. Recomendó el libro El hombre mediocre de José Ingenieros. Hubo un instante especial, de impacto y emoción entre el público, cuando se puso la chaqueta que había utilizado en combate. Su gran deseo para nosotros fue “ser más, no tener más”, nos pidió que no nos quedaramos en el medio, que no nos conformaramos con poco; y finalizó con “Astra per sepa”, alto y con sacrificio. Lo que más quedó de su discurso entre los alumnos fue una frase, “las guerras las empiezan por viejos que se conocen y se odian, y se pelean por jóvenes que no se conocen y mucho menos se odian”, para nosotros, jóvenes, que vemos la guerra como algo tan lejano esta fue una manera de encapsularlo que impactó por su brevedad y realidad. Desde la primera frase Geoffrey supo emocionar al público, al Argentino nada lo emociona más que un extranjero disfrutando su comida, cantando su himno, hablando su idioma. Geoffrey dio su discurso de principio a fin en un español tierno, que se entendía a la perfección pero que delataba el esfuerzo que requería. Habló poco sobre los hechos concretos, sobre el paso a paso de lo que hizo, pero hablo sobre algo que impacta mucho más y a lo que podemos relacionarnos mucho más, que son los sentimientos. El por qué de lo que hizo. Nos contó sobre el abrazo que le había dado su mamá antes de que partiera hacia nuestro país, un abrazo que escondía una despedida, un abrazo bien fuerte y bien apretado, de esos que alrededor de los seis años dejamos de recibir. El primer cuerpo que vió fue el de un colimba argentino, un chico de 18 o 19 años que en esas tierras no tenía grupo sanguíneo, DNI, nombre u identidad, pero que en algun lado del país tenía una madre que lo había despedido con el mismo abrazo que a él. Geoffrey sabía que había una mamá esperando a su hijo que nunca podría volver a abrazarlo, pero tampoco podría velarlo, llorarlo, como corresponde y él no po


día permitir que hubiese otra madre argentina velando un desaparecido. Se tomó el trabajo de anotar a mano cada característica de cada cuerpo argentino, volvió a su país con cuatro cuadernos que antes de entregar reescribió por completo para guardar una copia, la cual ya sabía que le sería útil. Emprendió la misión de identificar a cada uno de los soldados para que la familia pudiera ir al cementerio de Darwin (diseñado y construido con él a la cabeza) para despedir a sus muertos, para dejar un rosario, una flor. La tarea fue exhaustiva y larga por demas, treinta y cuatro años de trabajo. En 2016, cuando finalmente se les dio permiso a los familiares de las víctimas para ingresar a Malvinas, se habían identificado 119 de los 123 combatientes fallecidos. Fue ahí donde Geoffrey vio el fruto de todo su trabajo, en los abrazos de esas madres y en las lagrimas que secaba con su pañuelo, en ese alivio compartido. El acto finalizó con una conclusión de Esteban y un abrazo emotivo entre los oradores y el Head




Boy, Lucas Habib, y la Head Girl, Emi Vila, quienes subieron a darles un libro del colegio a cada uno como agradecimiento. Luego de que el acto terminara muchos adolescentes se acercaron detrás del escenario, varios entre lágrimas, para agradecer a ambos soldados, compartir unas palabras y un abrazo. Lupe de la Cuesta





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